Otro vendrá que bueno te hará: ¿hacen las vacaciones bueno al colegio?
Con el curso escolar termina(n)do esta semana, es
probable que la mayoría de las familias tengan ya desde hace meses una
planificación de las agendas de sus hijos en verano. Algunos optarán por
los campamentos urbanos, otros por las colonias en la montaña o la
costa, muchos recurrirán a la ayuda de los abuelos. Con una organización
social compleja, en la que las vacaciones escolares estivales duran
sustancialmente más que las de los padres y en la que no hay oferta
pública suficiente para acoger la demanda, el parón veraniego nos ofrece
la posibilidad de reflexionar, una vez más, sobre la desigualdad de
oportunidades de los niños según su origen social y sobre las
influencias que los entornos familiares tienen sobre su éxito escolar.
Existe una literatura centrada específicamente en el análisis de en qué medida las
competencias adquiridas a lo largo del curso escolar se desgastan
durante las vacaciones de verano. El diseño más común en este enfoque
consiste en la medición de los conocimientos/competencias de ciertas
materias que tienen los alumnos al finalizar el curso escolar (justo
antes de las vacaciones estivales) y compararlas con los que demuestran
al regreso de las vacaciones. Es importante recordar que ambas
mediciones, pre- y pos-, se realizan para la misma muestra de
estudiantes. La literatura se ha centrado fundamentalmente en las
competencias lectoras y matemáticas que, en términos generales,
representan dos pilares básicos del aprendizaje en tanto que son
materias instrumentales para la adquisición de conocimientos más
complejos.
Aunque la mayor parte de las contribuciones se refieren
al caso estadounidense, las conclusiones que se extraen son
probablemente válidas también para nuestro contexto. El primer hallazgo
de esta literatura es que en verano, en efecto, nuestros hijos adquieren
estas dos competencias a un ritmo mucho más lento que durante el curso;
en algunos casos incluso las "desaprenden".
La
evidencia empírica indica, además, que se deprecian a un ritmo mayor las
competencias matemáticas que las lectoras, posiblemente porque la
lectura se puede fomentar en el entorno del hogar con más facilidad
durante las vacaciones que las matemáticas. Las competencias lectoras se
movilizan de manera cuasi rutinaria en muchas actividades de ocio, a
diferencia de las matemáticas, especialmente en niveles avanzados.
El segundo hallazgo, más importante aún, consiste en que el frenazo en
el aprendizaje que sucede en vacaciones no influye a todos los niños por
igual, no es neutro, sino que afecta en mucha mayor medida a los niños
de familias con pocos recursos. Es cierto que existe de hecho una brecha
en el nivel de competencias de niños de distintos grupos
socioeconómicos durante el curso, así como en su ritmo de aprendizaje,
pero estas diferencias se acentúan considerablemente cuando, como en la
larga pausa estival, el efecto homogeneizador de la escuela desaparece.
Estos resultados nos ofrecen dos excelentes noticias, para escépticos
recalcitrantes, sobre la función de los sistemas educativos: la escuela
funciona porque mejora las competencias de los estudiantes, al menos en
las materias básicas, y además reduce sustancialmente la brecha
cognitiva entre estudiantes con distinto origen social. En términos
generales, las escuelas suelen presentar menor heterogeneidad (son menos
diferentes entre sí) que las familias. Durante el año escolar, la
exposición continuada e intensa al entorno de la escuela tiene, por lo
tanto, un efecto igualador de los contenidos aprendidos por los niños y
de sus rendimientos.
En un escenario contrafáctico en
el que ningún niño estuviera escolarizado y todo su aprendizaje
dependiera de la formación que se recibe en el entorno del hogar, es
fácil entender que las familias con más recursos, más tiempo o más
información ofrecerían a sus hijos ambientes más estimulantes y entornos
más formativos, al menos en lo que se refiere puramente a los
contenidos curriculares.
Aparte de estas buenas
noticias, los resultados nos plantean retos importantes sobre el sistema
de organización social del que nos hemos dotado. Podemos debatir si
tienen sentido unas vacaciones escolares tan largas, concebidas en
muchos contextos para que los niños pudieran ayudar con la cosecha.
Podría darse el caso de que haya ganancias en términos de rendimiento
con un reparto más homogéneo de las vacaciones a lo largo del curso
(algo que es común en otros países, ya se ha implantado en algunas
Comunidades Autónomas y se debate en otras), pero que la conciliación
para las familias resulte aún más complicada de gestionar y costosa
económicamente que la situación actual.
Independientemente de cómo se concrete este reparto, lo cierto es que el
efecto desigualador de las familias persiste. En consecuencia, el reto
más importante en el caso de las vacaciones escolares consiste en
diseñar e implantar medidas de aplicación general que puedan evitar el
mayor desgaste de los aprendizajes de los niños de entornos sociales
menos favorecidos. En términos más generales, el desafío para el que
necesitamos movilizar imaginación, sentido común y recursos es lograr
ofrecer estímulos de calidad fuera del entorno escolar a los niños más
vulnerables.
Artículo de Leire Salazar en eldiario.es: "Otro vendrá que bueno te hará: ¿hacen las vacaciones bueno al colegio?"
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