¿Qué cualidades debe tener un buen maestro?
“La vista no puede ser vista”, no olvidaré nunca esta
frase. Primero, porque el profesor la repetía sin cesar y en segundo
lugar, porque por más que la escuchaba, no la entendía. Quien hablaba
era ese profesor con la nariz altiva, el que nos miraba a nosotros, a
los alumnos, con aborrecimiento. Era el mismo que nos decía que estaba
estudiando para abogado porque los estudiantes no valorábamos la
filosofía. “Sois una pérdida de tiempo”. Ese año suspendí la filosofía
de bachillerato y, por supuesto, la odié también. A pesar de lo “bueno”
que era el profesor en el tema, nunca consiguió que entendiéramos la
filosofía ni que empatizáramos con ella; y mucho menos que la amáramos
o, en su defecto, que nos gustara un poco.
Para
suerte mía, y de muchos otros alumnos como yo, al año siguiente el
profesor cogió la baja y llegó al instituto una profesora que nos hizo
ver a los “grandes pensadores” y a los conceptos filosóficos desde otro
punto de vista. Ese año aprobé con muy buenos resultados filosofía y
años más tarde me matricularía en la carrera de Filosofía y letras.
Todos hemos tenido todo tipo de maestros, y todos
recordamos con especial cariño a algunos de ellos. A veces incluso
recordamos frases, o gestos que, en su momento (sin saberlo), calaron en
nosotros para siempre. Y esto demuestra algo muy obvio pero poco tenido
en cuenta: muy a menudo nos enseñan más las personas como personas, que
el conocimiento que éstas puedan tener. Como maestros, seguramente no
lleguemos a saber nunca si formamos parte del recuerdo grato de alguno
de nuestros alumnos (siempre quiero pensar que sí, aunque solo sea uno).
Lo que sí podemos hacer es acercarnos a la visión que tienen,
interesarnos por aquello que, como alumnos, valoran de sus profesores. Y
es que por jóvenes que sean, los alumnos saben bien qué es lo que les
gusta y lo qué no, lo que les ayuda a aprender y lo que no.
Ahora, como maestra, observo a mí alrededor a cada uno de los alumnos,
todos ellos diferentes, y me pregunto qué es lo que quieren y qué
necesitan. Lo mejor que he podido hacer ha sido hablar directamente con
ellos, proponerles que expliquen qué cualidades consideran que tiene que
tener un buen maestro. Los jóvenes a los que les he preguntado lo han
tenido bien claro:
En primer lugar, un buen maestro o profesor tiene que ser amable.
Esta ha sido la cualidad más escrita, y es que por mucho contenido
curricular, entre profesor y alumnos, ante todo, existe una relación
personal. “Si un profesor no es amable, se me quitan las ganas de
escucharlo”, comentaba uno de ellos. Y no es de extrañar, esto nos pasa a
todos en cualquier esfera de nuestra vida, ¿por qué debería ser
diferente con ellos?
Otra de las cualidades más deseada en un maestro es que sea creativo, que haga actividades “chulas” y juegos, y no fichas todo el rato.
¿Hablamos de innovación? Es graciosa esta palabra, cuando el deseo,
consciente o inconsciente, de los alumnos de hoy y de antaño, siempre ha
ido por delante de cualquier innovación educativa que los adultos
podamos proponer. Lo que hoy se pueda implementar en el aula como algo
innovador lleva años en las mentes de los niños. ¿Acaso, como alumnos,
no preferíamos salir a la calle, hacer experimentos, jugar, manipular
que escuchar una lección magistral?
En tercer lugar, los alumnos han destacado que un buen maestro no tiene que reñir gritando.
¿De verdad gritan los maestros? ¿Por qué? Cualquiera sabe de primera
mano cuán desagradable es que le griten a uno. Y, en más o menos medida,
somos conscientes de la reacción que se produce inmediatamente tras el
grito: te tapas los oídos (con la mano o mentalmente, desconectas vaya).
Los maestros gritan por muchas razones (yo misma los oigo por los
pasillos). Gritan para que los alumnos se sienten, para que los alumnos
se callen, gritan porque un alumno pregunta algo que ya se ha explicado,
porque no entienden algo que ya se ha dicho…
Siempre
me pregunto por qué en esta profesión se permiten conductas que en
otras, en un contexto parecido, son impensables. ¿Se imaginan a un
comercial de telefonía móvil gritándole a un cliente porque éste no
entiende cómo usar la agenda o cómo conectarse a una red wi-fi? ¿Acaso
el comercial le reprochará que tenga que repetírselo? ¿Qué es lo que
hace diferente esta situación? ¿Será que unos son adultos y los otros
niños, y que a estos últimos no les debemos el mismo respeto ni la misma
paciencia? ¿O será que en el primer caso el dinero cumple una función
coaccionante? Nunca he entendido ciertas reacciones por parte de algunos
profesores, y por suerte, veo que muchos alumnos comparten conmigo esta
incomprensión. Cuando uno se hace maestro o profesor, sabe muy bien que
tendrá delante niños y niñas de todos los tipos, y que precisamente le
pagan para ayudar y explicar, tantas veces como haga falta. ¿Por qué se
reniega entonces de una parte tan esencial y tan básica de nuestra
profesión?
Y esto nos lleva a otra de las cuestiones también muy comentadas entre los alumnos: un buen profesor debe explicar las cosas muchas veces, y ayudarte si no entiendes algo. “Yo
creo que tiene que hablar contigo si tienes alguna pregunta o dudas y
escucharte y ayudarte”, comentaba uno de los alumnos. Es obvio, ¿no?,
para eso nos pagan. Y en este caso no importa a qué tipo de educación
nos estemos refiriendo, porque incluso en aquella más abierta y libre,
los niños reciben explicaciones de algún tipo: dónde están las cosas,
cómo usar una herramienta, etc.
Por supuesto, ha salido a colación el tema de los “alumnos favoritos”,
porque no nos engañemos, existen favoritos, y algunos lo saben
disimular mejor que otros. ¿Cómo notáis quién es el favorito? “Porque le
preguntan todo el rato a esa persona, porque se le perdona más cosas
que a los demás, porque le dicen que es el mejor y que lo hace todo
bien, porque siempre le piden los favores”. Sí, recuerdo bien eso. El
favorito siempre ha sido destacado en clase, para que todos lo vean,
anhelen ser como él/ella, y, de paso, para que tengan claro cuál es el
modelo al que hay que aspirar.
Y bien, luego han habido muchos otros comentarios, algunos de ellos sorprendentemente populares también, como el “buen olor”:
“que no le huela mal el aliento”, “que huela bien”, “que no huela a
tabaco”. Sin duda, el olor corporal ha imprimido en nuestro recuerdo a
más de un profesor/a, para bien o para mal. Y de nuevo me viene a la
cabeza eso que me pregunto desde que era una niña: ¿por qué los adultos
piden cosas a los niños/as que ellos no cumplen? Desde la escuela
siempre me han insistido en que tengo que lavarme los dientes después de
comer, y así lo he hecho. Entonces, ¿por qué el aliento de algunos
profesores huele a vino mezclado con café y cigarro? En más de una
ocasión he escuchado a los profesores quejarse del olor general de una
clase, o del olor o falta de aseo concreto de un alumno. ¿Nos
preguntamos cómo olemos nosotros?
En fin, este
artículo podría no terminarse nunca (a los niños y niñas a los que he
preguntado se les ocurrieron miles de cosas), pero más que alargarlo, me
gustaría dejar que fueran los propios profesores y maestros que
entablaran esta conversación con sus alumnos.
Por mi
parte, tras escribir todo esto, solo puedo pensar en una cosa: ¿No es
acaso todo lo expuesto demasiado obvio? A veces tengo la sensación de
que los profesores caminamos errantes y ciegos buscando una solución que
está justo delante de nosotros, a veces se llama Clara, Rosa, Carlos,
Georgina, Lucía, Lucas, Rodrigo….
Artículo de Anna Torralbo en eldiario.es: "¿Qué cualidades debe tener un buen maestro?"
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