¿Son los exámenes la mejor manera de evaluar a los estudiantes?
¿Qué significa un 7 en Lengua? ¿Y un 6 en inglés? ¿Qué puede y qué no puede hacer el alumno que obtiene estas calificaciones?
Estas preguntas se han hecho en Francia, donde se ha promovido todo un
debate en torno a la conveniencia de rediseñar el sistema de
calificaciones. "La calificación [numérica tradicional] no es tan
objetiva como parece. No señala si el alumno ha progresado y no indica
qué debe hacer el alumno para avanzar", reflexionaba el Ministerio de Educación cuando planteó la cuestión.
Esta opinión la comparten cada vez más expertos del
sector. Mientras el sistema educativo progresa, cambian los métodos,
enfoques y manera de trabajar en el aula (las famosas competencias), se
sigue utilizando el mismo sistema para evaluar a los alumnos que hace
décadas. Un método que encasilla, selecciona y margina al alumno,
afirman; el mismo que se utilizaba cuando apenas un 10% de los
estudiantes aspiraban a alcanzar el bachillerato y no se atendían las
diferencias entre unos y otros.
Y mientras se plantea
este debate, el sistema español incluye cada vez más pruebas y
exámenes. Con la LOMCE y sus pruebas de final de ciclo, un alumno que
llegue hasta Bachillerato tendrá que pasar al menos tres exámenes –tres
notas–, e incluso alguna más en Comunidades como Madrid, que tiene sus
propias pruebas adicionales.
A las familias les
parece un debate necesario. "Las notas no reflejan los conocimientos del
alumno", opina Jesús Salido, presidente de Ceapa, la confederación de
asociaciones de padres y madres. "Y la información que nos llega a los
padres sobre el desempeño de los alumnos, más allá del número, es muy
escueta", añade. "Solo cuando hay problemas de comportamiento nos citan
en los centros. A veces –lamenta–, aunque quieras ir a interesarte te
dicen que si el alumno va bien no hace falta que vayas".
Rafael Feito, catedrático de Sociología en la Universidad Complutense
de Madrid, también considera que "la evaluación debería reflejar
bastantes aspectos. Es verdad que son subjetivos, pero el alumno
agradece que se tengan en cuenta más cosas", sostiene. Él intenta
hacerlo, explica qué evalúa e intenta incluir otros aspectos. Aunque es
cierto que su caso es a nivel universitario y allí la situación es
diferente.
No se trata de suprimir las notas
A
la espera de que se conozcan las conclusiones de la conferencia
nacional que estudia el tema en Francia, ya se sabe que el objetivo no
es "suprimir las notas", tal y como se simplificó en su momento. La meta
más bien es cambiar el sistema de evaluación en su conjunto. "El
objetivo de la reforma del sistema de evaluación es conseguir que la
evaluación demuestre el progreso del alumno, le indique los aspectos en
los que debe mejorar y cómo lograrlo. Se ha constatado que el sistema de
notas vigente no consigue estos objetivos: la nota no es
suficientemente objetiva, no matiza la evolución del alumno, le
discrimina y le puede encasillar", describieron los medios franceses en
algunos avances.
Salido, de Ceapa, lo explica con
sencillez. "Un 6 para un alumno determinado puede ser una excelente nota
si partía de un 0. Y para uno que no tiene problemas y empezaba desde
el 7, un 9 puede no ser tan bueno. Pero la evaluación solo acaba
mostrando que el primero tiene un 6 y el segundo un 9, sin matices",
pone como ejemplo. Frente a esto, otro caso, las pruebas europeas de
idiomas, con seis posibles niveles de destreza (de A1 a C2), son más
claras. Cada nivel tiene una descripción del conocimiento que implica adquirirlo.
Expertos como el doctor en E-learning e investigador Juan Domingo Farnós
creen que detrás de este debate se esconde en realidad el objetivo de
Francia de mejorar en las pruebas PISA, pero saluda la iniciativa. "La
evaluación está muy cuestionada. Actualmente se basa en la llamada
evaluación sumativa, que se realiza al final del proceso de
aprendizaje", explica. "Se pasan unas pruebas estandarizadas al alumno,
se piden unos objetivos, y si llegas eres apto y, si no, quedas
segregado y fuera del sistema", añade. "La evaluación personalizada es
la clave", asegura.
En su opinión, "el proceso de
aprendizaje debe ser una evaluación en sí". Él habla de evaluación
formativa y formadora, con autoevaluaciones, de manera que no sea
necesario "que nadie ponga una prueba final que establezca si eres
apto". Sin embargo, Farnós opina que el cambio necesario va más allá y
cita la "educación disruptiva", un cambio total de la educación, pero no
solo. "Para arreglar las cosas hay que hacerlo todo a la vez, la
educación por sí sola no cambia nada", sostiene. Ese parece otro debate,
aunque él insiste en el argumento.
Sin ser tan
radical en su conjunto, Feito coincide con la idea. Según opina, uno de
los efectos perniciosos de las actuales evaluaciones es que "se pospone
el trabajo hasta el final". Con un tipo de evaluación más continua "se
trabaja desde el primer día". Y lo vincula incluso al tamaño de los
grupos: "En una clase pequeña no tendría ni sentido el examen porque se
sabría qué sabe cada alumno".
En este sentido, Salido
lamenta la proliferación de evaluaciones que ha traído consigo la
LOMCE. "Ha roto la evaluación continua, te juegas todo el curso en el
resultado de una prueba concreta y se rompe incluso el criterio del
profesorado durante toda la etapa. No estamos de acuerdo con este
criterio", afirma.
El ejemplo Trabenco
Estos métodos tampoco son ciencia ficción. Ya se desarrollan en algunos sitios. En el colegio Trabenco
de Leganés, "la evaluación que tiene realmente peso es la evaluación
cualitativa", según explica su director, David Fernández. Desde hace
años, en este centro se evalúan "aspectos como el estilo de aprendizaje
del niño, cómo es su socialización, cómo se relaciona con adultos u
otros compañeros o su proceso madurativo", ilustra.
Fernández habla continuamente del concepto "triangulación". A partir de
3º de Primaria los chicos se autoevalúan. Las familias se implican
totalmente. Se realizan reuniones periódicas con los padres –dos o tres
al año– en las que a tres bandas (docentes, familia y alumno) "vemos
dónde estamos y planteamos unos objetivos para el curso". Estas metas
tienen carácter escolar, pero también familiar. Y al final del curso se
revisan los acuerdos alcanzados, qué se ha cumplido y qué, no para
elaborar un informe para la familia.
No obstante, al
final del curso en el Trabenco también tienen que plegarse al sistema de
notas por obligación de la Administración, pero Fernández explica que
las familias están tan implicadas con el método que a veces a modo de
protesta simbólica ni las abren y las devuelven cerradas y firmadas.
Artículo de Daniel Sánchez Caballero en eldiario.es: "Rebelión contra la dictadura de las notas en clase"
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