Los recortes se ceban con los menores que sufren TDAH, trastorno que afecta a dos alumnos por aula
Teresa Moras no supo que su hijo tenía Trastorno por
Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) hasta que cumplió 15 años.
Ella estudiaba entonces como enfermera la especialidad de psiquiatría.
"En una clase comenzaron a describir los síntomas del trastorno. Me di
cuenta de que le estaban describiendo a él, que todo eso lo tenía yo en
casa", cuenta más de una década después. Hoy preside la Asociación de
Niños con Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención, ANSHDA, la
primera en España, fundada en 1999, que reunió a familias de chicos y
chicas hiperactivos.
En los primeros 2000, el TDAH
era un trastorno poco conocido; un panorama que no ha cambiado demasiado
con el paso del tiempo. Los especialistas, tanto del campo
psicoeducativo como médico, reclaman la implementación de un protocolo
unificado que facilite la detección, el diagnóstico y el tratamiento de
estos niños. Y los padres piden que no se eliminen los apoyos en la
escuela.
"Según datos de Federación Española de Asociaciones de
Ayuda al TDAH (FEAADAH), el 5% de la población infantil-juvenil padece
TDAH en España, lo que equivale a uno o dos niños por cada aula", señala
Moras, que denuncia que el aumento de las ratios reduce la atención que
se presta a estos estudiantes. Los recortes en educación compensatoria,
cuya partida se ha reducido en un 92% para 2015,
despojan a estos alumnos de la red de apoyo sin la que es muy costoso
que sigan el ritmo del resto de compañeros de clase. "Si ahora estamos
mal, vamos a estar mucho peor", augura.
"Se están
viviendo situaciones muy difíciles en los centros escolares públicos,
como, por ejemplo, que un departamento de orientación formado por un
equipo de siete personas quede reducido a una", advierte Isabel Orjales,
doctora en Pedagogía y profesora de Psicología Evolutiva de la UNED. El
orientador es la primera persona del centro a la que se acude una vez
que se detectan síntomas de TDAH.
A veces son las familias las que activan la voz de alarma por el
comportamiento de sus hijos. Otras los propios docentes, que observan
las conductas dentro de las aulas. Esa alerta surge en muchos casos bajo
la amenaza del fracaso escolar. Según un estudio realizado por Alberto
Fernández Jaén, jefe de Neurología Infantil del Hospital Quirón, el 87%
de las familias califican como moderadas o intensas las dificultades
académicas de sus hijos. Como consecuencia, y según datos del mismo
estudio, el 25% de la población de entre seis y 16 años repite curso al
menos en una ocasión.
Solo ocho comunidades autonómas –Andalucía, Canarias,
Castilla y León, Cataluña, Galicia, La Rioja, Murcia y Navarra– tienen
líneas concretas de actuación que guían la atención médica y escolar en
estos casos. "El TDAH es un trastorno complicado de entender y
diagnosticar porque, aunque la causa es fundamentalmente genética
(cualquier cosa que pueda afectar al desarrollo bioquímico del lóbulo
frontal), no existe ninguna prueba biológica que determine si un niño
tiene o no ese problema", explica Orjales.
Un diagnóstico difícil
Elena tiene 10 años y cualquier movimiento es suficiente para provocar
su distracción. Mueve la silla sin parar, se le cae el lápiz... Tras un
toque de atención de su madre, Teresa vuelve a su cuenta de matemáticas.
"Es así todas las tardes. Ella está diagnosticada, pero lleva un año
sin medicarse. Estamos probando", explica Mora. En su caso, el TDAH se
mezcla con altas capacidades. Su hijo mayor, Enrique, presenta el mismo
cuadro. "Con el primero estábamos muy desorientados. Teníamos la
sensación de que estábamos haciendo algo mal, que algo no funcionaba",
reconoce. Fue el motivo que les llevó hace seis años hasta APDE Sierra,
una asociación de familias de niños hiperactivos en el norte de Madrid.
Para diagnosticar a un niño, es preciso que los síntomas asociados a
este trastorno (desatención, movimiento excesivo, impulsividad,
distracción...) sean evidentes en más de dos espacios (centro educativo y
hogar) y que se mantengan en el tiempo. "Son conductas que todos los
niños tienen en su desarollo, pero en este caso se presentan con una
intensidad desproporcionada", puntualiza la experta.
"La culpa es un sentimiento muy común en las familias. Por eso
trabajamos en cambiar esa culpabilidad por responsabilidad. Hay que
hacerles conscientes de que lo que les pasa a sus hijos no lo provocan
ellos porque es un trastorno que no tiene su origen en factores
psicosociales", apunta Moras. "Cuando comenzamos hicimos, por decirlo de
algún modo, un máster en TDAH. Ahora, afirma, tenemos claro cómo
podemos ayudar a los niños y qué es lo que tenemos derecho a pedir a los
poderes públicos".
Algunos profesores sí tienen formación acerca de cómo
identificar conductas asociadas a este trastorno, pero falta, según la
pedagoga, "iniciativa para tomar medidas diferentes con estos niños en
función de sus necesidades". "Hay formas sencillas de ayudar y motivar a
estos chicos para que no caigan en la frustración. Si les cuesta mucho
enfrentarse a un examen de desarrollo, algo muy común porque tienen
dificultades para vencer la impulsividad y ordenar las ideas, se busca
una alternativa como una evaluación tipo test u oral. La habilidad de
hacer exámenes más extensos se puede reforzar con otros ejercicios o en
casa que les provea de trucos y estrategias para ir aprendiendo",
propone Orjales.
Evitar las últimas filas para
eliminar los elementos de distracción, adelantarse a la actividad motora
del niño o reforzar sus avances son algunas de las propuestas que, aun
con los fondos de apoyo en mínimos, pueden amortiguar la frustración. "A
veces los iguales los señalan como revoltosos, malos o incluso tontos,
lo que hace que su autoestima baje. También, por el contrario, puede
generar una conducta reactiva con una serie de comportamintos
inadecuados que, a la larga, puede crear problemas sociales", describe
la presidenta de ANSHDA.
Coordinar esfuerzos
Además de la falta de
recursos, la ausencia de protocolo para detectar el trastorno en los
centros educativos dificulta la coordinación entre los agentes
implicados. "La información no se recoge bien y, para hacer una
valoración completa, se requiere de datos sobre cómo han evolucionado
los síntomas en el tiempo", indica Isabel Orjales. "En algunas ocasiones
las familias llegan al psicólogo con un papelito que dice "sospecha de
TDAH" y ya. El niño o niña que acude al especialista ya ha pasado
previamente por otros filtros en el colegio y fuera de él. Si todas esas
personas fueran volcando información, se podría crear una panorámica
previa muy útil".
En Madrid, las asociaciones se han
reunido para reclamar con estatus de urgencia procedimientos de
intercambio de información y coordinación de actuaciones en los
servicios públicos.
El resultado más inmediato de
estos vacíos protocolarios es el diagnóstico tardío. "Durante la
adolescencia, los síntomas típicos de los niños hiperactivos se suavizan
y comienzan a sobresalir otros comportamientos más reactivos que no se
asocian con TDAH. Desde fuera pueden verse como estudiantes vagos,
pasivos y, en ocasiones, desafiantes cuando lo que les ocurre en
realidad es que tienen muy baja tolerancia a la frustración. Si no
perciben un éxito inmediato, tiran la toalla. Algo que es muy común
teniendo en cuenta que, debido a una maduración más lenta, sus
expectativas suelen ser altas y no contrastan con la realidad", afirma
la profesora de Psicología Evolutiva.
Si a esto
sumamos la duda que se cierne todavía sobre la propia existencia del
trastorno, el resultado es la incomprensión. "Muchos todavía dicen que
la hiperactividad es un invento de las farmacéuticas, que 'ese lo que es
es un majadero', un nervioso", apunta Orjales. Trasladar estas ideas al
colegio o instituto, advierte la pedagoga, supone que algunos docentes
identifiquen a los adolescentes con TDAH como niños simplemente
conflictivos o malcriados, de modo que sus casos difícilmente llegan a
orientación y nunca se inicia el proceso que puede conducir al
diagnóstico.
¿Y en la edad adulta?
Aunque la hiperactividad
se asocia siempre a los más pequeños –de hecho, los especialistas
establecen como los 12 años el límite de edad para que aparezcan los
síntomas–, en la vida adulta el TDAH no desaparece, aunque sí se atenúa.
"La desatención permanece. Mi hijo [de 30 años] tan pronto pierde un
zapato, como un cinturón, como un libro... No sabe dónde ha dejado las
cosas y se cabrea, se frustra", relata Teresa Moras, aunque puntualiza
que "socialmente eso no le influye".
Si no se ha
diagnosticado en la infancia, el TDAH se puede enmascarar en la edad
adulta mezclado con otra serie de trastornos asociados (comorbilidades)
que dificultan mucho la detección. "Muchos padres y madres, al tratarse
de un trastorno con una alta tasa de heredabilidad, se reconocen en sus
hijos por los problemas que ellos tienen y que en algunas situaciones
siguen teniendo, pero el diagnóstico es a esas alturas ya muy complejo",
concluye la presidenta de ANSHDA
Artículo de Sofía Pérez Mendoza, en eldiario.es: Los recortes se ceban con los menores que sufren TDAH
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